A medias...
El sol entraba por las rendijas de la persiana, fuera hacía mucho calor, Julio apretaba con fuerzas y se dibujaba en el encalado de las casas que se disponían ordenadamente en torno al mar. Las calles, llenas de estrecheces estaban repletas de gente, los comerciantes gritaban y el jaleo del medio día se dejaba sentir en la habitación. Era una sala de pocos metros, una cama en el centro con sábanas de algodón blancas, se escuchaba el tic tac de un reloj de pared que parecía antiguo. Un sillón a la izquierda de la ventana dibujaba sombras en el suelo y el armario del fondo estaba mal cerrado. Mario la miraba dormir. Seguramente no existía nada más hermoso que ella. Es más, el sabía que si los Dioses vieran que había robado del Olimpo a una de ellos para meterla en su cama, se enojarían tanto con él que le darían muerte. El pelo le caía en cascada por la espalda desnuda, el moreno contrastaba con la palidez de la ropa de cama que se deslizaba tapando solamente un trozo de sus pier