A medias...

El sol entraba por las rendijas de la persiana, fuera hacía mucho calor, Julio apretaba con fuerzas y se dibujaba en el encalado de las casas que se disponían ordenadamente en torno al mar. Las calles, llenas de estrecheces  estaban repletas de gente, los comerciantes gritaban y el jaleo del medio día se dejaba sentir en la habitación.

Era una sala de pocos metros, una cama en el centro con sábanas de algodón blancas, se escuchaba el tic tac de un reloj de pared que parecía antiguo.  Un sillón a la izquierda de la ventana dibujaba sombras en el suelo y el armario del fondo estaba mal cerrado.

Mario la miraba dormir. Seguramente no existía nada más hermoso que ella. Es más, el sabía que si los Dioses vieran que había robado del Olimpo a una de ellos para meterla en su cama, se enojarían tanto con él que le darían muerte.

El pelo le caía en cascada por la espalda desnuda, el moreno contrastaba con la palidez de la ropa de cama que se deslizaba tapando solamente un trozo de sus piernas. El gesto de su cara era de auténtica calma. Las cejas perfectamente dibujadas, la boca cerrada levemente, sonrosadas las mejillas... bien podía ser la musa de algún poeta modernista.

Mario suspiró. Cerró los ojos un instante y apretó el puño derecho contra su boca. Si pudiera por un momento relajar los músculos, le caerían lágrimas y el corazón le latería con fuerza, pero sabía que aquello no estaba permitido, eso lo dejaba para la vuelta a casa, en las noches en las que ella no podía ocupar su cama.

La vida tiene estas cosas, que de pronto te desarman y te desordenan y no eres capaz de elegir un camino sin titubear.

El gentío de fuera parecía haberse relajado, el reloj daba la una y a lo lejos se intuía una campanada. Mario seguía divagando. Por la ventana entraba un olor a mar que amainaba sus pensamientos, estaba agotado, pero no consintió dormir más de dos horas, ella se daría cuenta de su cansancio y él le pondría alguna excusa tonta para no contarle que en las escasas noches que pasaban juntos procuraba no dormir para guardar en sus retinas más imágenes de ella, instantáneas que utilizaría en sus días grises para pintarla en su memoria con los colores más vivos que su recuerdo le permitiese. Le gustaba verla dormir. Se la veía indefensa, con su menudo cuerpo envuelto en calma después de una noche llena de besos y amor.

- Buenos días.

Una voz casi susurrada despierta a Mario de su lucha interior. Él la besa y le dedica una sonrisa, ella le pregunta si lleva mucho rato despierto y él miente diciendo que apenas unos minutos.

-Seguramente fuera hace un día estupendo, aunque parece que la calle está vacía. Podríamos bajar a la playa ¿no?, ¿o prefieres ver hoy el Partenon?.

Él vuelve a sonreír pero esta vez por dentro. Asiente con la cabeza y elige bajar a la playa. Le da bastante igual que estén a miles de kilómetros de España, que haya piedras con valor como para soportar las altas temperaturas o que los Dioses esa misma noche vayan en su busca. Le da igual porque siempre cambian de destino, porque siempre es necesario un lugar nuevo donde no sea pecado cogerse de la mano y no haya ojos en las paredes que puedan ver que se besan. Hoy están aquí y dentro de un mes allí, pero siempre es lo mismo, él no dormirá y ella volverá a otros brazos cuando salga el sol...

Merche...


"Psique y Eros" - circa 1793 - Museo del Louvre. Antonio Canova (1757-1822)

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