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Mostrando entradas de 2014

tus veinte primaveras...

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Ella llegó a casa hace 20 años, envuelta en una toquilla y en brazos de su madre (mi madrina). Desde aquel día la quise, la quise como se quiere a un hermano pese a que nuestros lazos sean otros. Compartimos sangre, apellido y a ojos de la gente somos primas, pero bien sabemos ambas que somos mucho más, que me encanta decir que es mi hermana porque yo he dormido bajo el mismo techo que ella muchos años, porque hemos compartido habitación, noche de Reyes y veranos enteros. Ella y sus rizos, esos que envidio desde los primero albores de su melena azabache, su sonrisa, que cautiva a cualquiera y esa manera de entendernos con la mirada. Ella se llama Alba, es mi hermana pequeña, a Raquel no le importa compartir ese título porque la quiere igual que yo, con el mismo sentimiento fuerte que te une a una persona de por vida. Su nombre lo dice todo, fue el renacer, el nuevo amanecer de una casa llena de gente que le abrió los brazos y la instaló de por vida entre nosotros. Una más, no

Cansancio

A medias...

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El sol entraba por las rendijas de la persiana, fuera hacía mucho calor, Julio apretaba con fuerzas y se dibujaba en el encalado de las casas que se disponían ordenadamente en torno al mar. Las calles, llenas de estrecheces  estaban repletas de gente, los comerciantes gritaban y el jaleo del medio día se dejaba sentir en la habitación. Era una sala de pocos metros, una cama en el centro con sábanas de algodón blancas, se escuchaba el tic tac de un reloj de pared que parecía antiguo.  Un sillón a la izquierda de la ventana dibujaba sombras en el suelo y el armario del fondo estaba mal cerrado. Mario la miraba dormir. Seguramente no existía nada más hermoso que ella. Es más, el sabía que si los Dioses vieran que había robado del Olimpo a una de ellos para meterla en su cama, se enojarían tanto con él que le darían muerte. El pelo le caía en cascada por la espalda desnuda, el moreno contrastaba con la palidez de la ropa de cama que se deslizaba tapando solamente un trozo de sus pier

Seguro que sabes de qué te hablo...

Su silencio era hermoso. Lo conjugaba con miradas y alguna que otra leve sonrisa. Era como el sabor del chocolate, dulce al principio, amargo en algunos ratos y te dejaba esa sensación de recuerdo permanente en la boca. Si has tenido alguna vez el presentimiento de que las cosas iban a salirte bien, él era eso.  Ese bienestar de cuando terminas un examen y sabes que has aprobado. Ese baño en la playa que temes sea frío y algún dios parece haber puesto a la temperatura exacta para que te guste, esas gotas envueltas en sal que te dejan un resquicio de sed en los labios cuando sacas la cabeza del agua y la brisa te saluda. Él era eso. El primer día del alumbrado de Navidad cuando tienes ocho años o una mañana de sábado con sol y olor a verano. Era el paseo nocturno a la orilla del mar, la arena embadurnando los dedos de los pies y esa sensación de caminar ebria pisándola y tambaleándote en una noche de San Juan... Era la chaqueta en las madrugadas de Septiembre, que abriga lo

"Y sonó un beso..."

Si todo fuera cuestión de magia allí estaba toda la que se necesitaba. Tras largas horas de charlas, algún café en día de lluvia o tras la excusa de conocer los rincones más recónditos de aquellas personalidades, se había forjado un misterioso lazo que los mantenía en vilo cada noche y no les daba tregua ni en la más oscura de las vigilias. Uno frente al otro. La pared fría pegada a su espalda, impedía a Andrea pensar con claridad, había imaginado tanto aquel encuentro que cualquier realidad sería ya un eco en su imaginación privilegiada. Él la miraba absorto, le temblaba el pulso aunque lo intentaba esconder y las manos no le respondían como creyó que lo harían llegado el momento. Ella suspiró y deseó con todas sus fuerzas que se cerraran todas las puertas que daban al mundanal ruido y se olvidaran las reglas en la mochila de algún viajero, así se irían lejos, quizás a miles de kilómetros de aquella habitación. De pronto sintió su aliento, que pudo reconocer, lleno

Divagaciones

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Jugaba con la taza en sus manos, como siempre, para encontrar calor en ellas. Él masticaba un trozo de gofre calentado en el microondas y tenía los pies sobre la mesa de madera chapada. Esas tardes le gustaban a ella, tardes de divagar y arreglar el mundo. -¿Sabes lo que llevo días pensando? - Sorpréndeme. - ¿No crees que una vida no es bastante? Él dejó de masticar y le dedicó una mirada de desconcierto. - Sí, a ver, me refiero a que hay personas que tienen suficiente con una sola vida, pero yo no.  Me quita el sueño pensar que no me dará tiempo a leer todas las novelas que existen, seguro que moriré sin saborear a grandes escritores que han luchado por su sueño y yo les voy a defraudar. Seguramente Dios o el que sea que ha creado la tierra, se sentirá fatal si no le doy la oportunidad a mis ojos de contemplar tanta belleza y hay gente por la calle a la que me encantaría besar y no podré. - ¿Besar a extraños? Andrea suspira y sonríe, ambas cosas a la vez. Lo mejor de Ja

"No llores"

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Andrea no tiene nada de particular, es una chica de andar por casa (casi siempre en pijama) y de las que come chocolate a cualquier hora.  Necesita pasar un rato en la cama antes de levantarse y detesta tener el armario desordenado. Tiene un carácter fuerte, aunque en ocasiones si recibe una palabra más alta que la otra puede que termine el asunto en alguna lágrima. Llorar, llora mucho, lo hace por pena, por lástima o por ira, la cosa es que aunque se pellizque las piernas y los brazos, no puede reprimir el brillo de sus ojos. En ocasiones eso la hace sentirse vulnerable, sobre todo cuando siente impotencia por algún motivo y se le llenan los lagrimales. “No llores Andrea, no llores” y respira profundamente e intenta dibujar una cínica sonrisa pero de pronto la comisura de los labios se le tuerce, le tiembla la parte inferior de la boca y la mandíbula le tira hacia abajo. “No llores Andrea, no llores, vamos por favor, no llores….”   Pero no le sirve de nada