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Mostrando entradas de 2013

A oscuras y con los pies descalzos...

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Vengo a pedirte perdón.  Sí,  ahora,  como dice el refranero español, a toro pasado. Te pido perdón por las noches que he llorado tus besos y las mañanas de resaca, fruto del olvido falaz que te otorga el alcohol. Siento de corazón haberte regalado tantos versos, tanta atención, demasiadas promesas de cambio.   Siento haberte engañado y más aún la de mentiras que yo misma me he creído. Siento haberte hecho creer que podría morir sin tus labios, sin el verde fulgor de tus ojos o   la inmortal sonrisa con la que los dioses te han bend ecido. Perdóname.   Como has podido comprobar, sigo viviendo. Inmortalicé cada vez que tus manos me tocaron y cada palabra, aunque escasa, que salía de tu boca. Utilice la magia de un primer beso para crear mi coraza,   porque quise creer que eras la salida a mi laberinto y la luz final de las velas cuando van a morir. Mentí.   Vendí nuestras miradas por recuperar a las musas que me habían abandonado y te hice huir con mi mentira

La misma sensación...

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Era la misma sensación que le embriagaba en las mañanas de enero cuando iba corriendo a coger el tren y el reloj se apresuraba a susurrarle que llegaba demasiado tarde. Era el mismo sentimiento de frío cortante cada vez que respiraba profundamente para que sus pulmones no la hicieran parar por agotamiento. Las piernas entumecidas por las bajas temperaturas se quejaban y se adherían al vaquero con crueldad, recordándole que el calor por el que se veían envueltas era solo una mentira. Empezaba a sudarle la nuca, el pelo se le ondulaba y la maleta con algún clásico español le golpeaba el costado. Era esa misma sensación. Ella sabía que por mucho que corriese y pasase el torno con el bono de transporte, las escaleras se le harían invencibles y existía una mínima posibilidad de que llegase a tiempo, pero siempre lo intentaba. Había mañanas en las que cruzando el puente escuchaba el pitido de las puertas del tren y se paraba en seco, echaba la cabeza hacia atrás y murmura

Me gustas

Me gustas. Me gustas de una manera que no imaginas, de una forma que ni yo, puedo creer. Me encanta tu forma de reír, la manera que tienes de enseñar levemente los dientes y la gravedad húmeda de tus labios. Me apasiona  la forma certera de tus manos en mis caderas y el compás de las caricias más buscadas. Soy adicta a tus ojos, a sus pupilas grandes, al iris de cada uno de ellos, a su color, que a la luz es más hermoso si cabe. Me gusta la forma que tienes de ver la vida, la tranquilidad con la que hablas y vives. Lo fugaz de tu pensamiento. Podría decir que me vuelves loca cuando hablas de libros, cuando escribes y tu mente se mancha de tinta... Me gustas, lo sabes, pero yo lo ignoro. No quiero saberlo y cierro los ojos fuerte y aprieto los labios y me muerdo las ganas. No puede ser que alguien como tú pueda llegar a gustarme. Eres impávido ante la guerra y yo ya he fusilado a medio batallón. No, no puedes ser tú, sereno ante mi oleaje fuerte ... (No hay más r

El Lunes.

Siempre estaba mirándole. Le encantaba, mientras conducía y su perfil se tornaba hermoso al contraste con las luces de la ciudad, si estaban besándose, si estaba dormido o simplemente si le hablaba de libros o de literatura, (entonces le miraba con mayor deseo). Le encantaban sus manos, sobre todo si estaban deslizándose por su vientre y esa manía de cerrar los ojos al reírse, le parecía adorable. Le encantaba que le leyese el periódico los viernes, mientras ella salía de la ducha y se embadurnaba en crema corporal con perfume a lirios. Las tardes de los jueves, café en mano y charlas sobre literatos que merecen un pedestal en el Olimpo, eran las que más le gustaban. Las películas malas que acaban en sexo del bueno y el mando en algún rincón del sofá, eran sus preferidas y si era sábado y abrían una botella de algún buen vino, todo se tornaba mejor. Prefería que se dejase barba, su piel no se lo agradecía, pero sentirle por su cuello en un hormigueo, merecía la pen

Encuentros II

Andrea había pedido lo de siempre, su amiga había cambiado de opinión dos veces pero se decidió por un tinto de verano. - ¿Estás segura? Andrea bajó la mirada y se perdió en su Coca Cola zero para seguidamente quedarse mirando los botones verdes del blusón de Alejandra. - Sabes que nunca lo estoy. Ni con esto ni con elegir un par de zapatos. Eran amigas desde hacía bastante, no desde la infancia, pero lo suficiente para saber que eran parte la una de la otra. - Pues creo que deberías pensarlo. Sabes que te apoyo, pero no creo que esté siendo contigo tan bueno como dices. Era cierto, Alejandra siempre había apoyado las decisiones de su compañera de fatigas y juergas, pero también era la que luego soportaba como se derrumbaba y le caían las lágrimas una tras otra. Por eso y por el mero hecho de no verla hundirse en una serie de complejos que veía absurdos, intentó que aquello fuera un consejo productivo. Andrea quitó el limón del vaso y vertió la bebida con s

...

Fue en la ciudad que se corona en las madrugadas de verano con el aire fresco de su río. En alguna esquina, con algún balcón al que vuelven las oscuras golondrinas, en alguna calle en la que antaño, un poeta inspira a otro poeta a escribir el lugar donde habitará el olvido. Se besaron. Sin más. Bajo una luna que se tornaba llena y grande, en una noche empujada por un sol impaciente, que la obligaba a terminar antes de tiempo... El deseo, es al fin y al cabo, esa espina que se clava en el recuerdo y se enquista de por  vida si no se le da agua cuando tiene sed. Ambos, entre beso y beso reían. Él jugaba con sus labios y ella buscaba bajo su camiseta una ráfaga de aire puro. Igual que los dedos de un escritor, acarician un verso, sus bocas se rozaron. Casi era invisible que el asfalto fuera tierra de nadie, que pudiese algún caminante perdido, verles  entregarse de esa manera. Habían pasado años desde la primera vez que se conocieron, había pasado mucho tiempo, desde que se com

Encuentros.

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1 Tomaba lo mismo cada mañana, en la misma mesa y siempre en taza. Andrea era meticulosa y exigente con su día a día y prefería llamar rutina a lo que un médico llamaría manías. Siempre llevaba en el bolso un bolígrafo para hacer el crucigrama del periódico, que Roberto, el camarero, le guardaba cada mañanana. Entraba justo a las ocho y cuarenta y cinco, giraba la cabeza levemente y le dedicaba una sonrisa a los camareros de la barra, caminaba cada día con el mismo  paso, los tacones resonaban en el enlosado todavía desprovistos de papeles de azucarillos y servilletas. Se sentaba en la mesa del fondo, la que estaba justo debajo de una panorámica de Florencia en la que podía verse El Palacio Pitti y los maravillosos jardines de Bóboli. Pedía café con sacarina y bastante leche, una tostada y un vaso de agua "ligeramente frío". Aquella mañana rebuscaba una y otra vez en el polipiel de color beige. Había olvidado meter el bolígrafro al cambiar de bolso. Resoplaba una y otr

Trampas [borrador]

1 Allí estaban los dos, totalmente ebrios de vino aunque no solo embriagados de alcohol. Tirados en el rellano de la escalera reían sin tener un motivo aparente, ella soltaba sonoras carcajadas y él intentaba taparle torpemente la boca. El silencio de la madrugada les hacía de telón de fondo y sus voces eran orquestas desafinadas buscando algún hueco en el eco, para refugiarse. Ella llevaba su corbata atada en la muñeca y le faltaba un zapato. ¡eh! ¡tú! ¿Ha perdido Cenicienta un tacón de color rojo? Andrea soltó una risotada escandalosa y haciendo equilibrio para no caer desplomada, se tiró encima de él y le arrancó el 37 de plástico y polipiel. ¡No necesito un príncipe! Él la miró absorto y le sacó la lengua. Intentó sujetarla, mientras torpemente, se levantaba a la vez que se ponía el dichoso zapato, pero ella no se dejó. Puedo sola. Balbuceó y acto seguido el tobillo se le dobló y se dio de bruces contra el suelo. Las risas de ambos tuvieron q

Adicción

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Andrea tenía una adicción. En realidad, como todo mortal, más de una, pero esta era de ese tipo de adicciones que la gente no entendía, o peor, que entendía demasiado y no era capaz de reconocer. A Andrea le gustaba ese sentimiento que le llenaba el estómago de mariposas revoltosas. Le encantaban las mañanas con café y tostadas en la cama después de una noche de desorden sentimental con pinceladas de sábanas lujuriosas. Le volvía loca eso de esperarle nerviosa en la acera y subirse al coche sonrojada. No concebía la vida con peleas matutinas pero sí con un beso de buenos días y un maquillaje retocado y sin imperfecciones. Le perdía comprarse ropa interior y estrenarla, cenar a la luz de las velas y escuchar promesas de vida compartida, entre sorbo y sorbo de vino. Se resistía a discutir por lavar los platos, a compartir gastos, a fumar a escondidas, a no llevar escote, al interrogatorio de cada tarde y a la inquisición de su sonrisa. No soportaba los golpes después de una cam

"Quédate Conmigo"

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Se asoma a la ventana a través de la  cortina de lino blanco, evitando que la vean. Cuando nadie puede verla, llora a ratos.  Pasea descalza por un parqué que se torna de un frío inevitable. Lleva calcetines hasta la rodilla, pantalón blanco, camiseta de hombre.  El reproductor de música en sus oídos, le recita alguna canción triste. El café sigue hirviendo. La taza le sirve para calentarse las manos. Fuera la nieve esconde pecados del mundo. En ocasiones juraría que le miente, a ratos que la dejará, y ella se lo cree. Tiene fe. Estar con él es lo mejor que le ha pasado en años.  Aunque tenga que compartirlo. Pero hoy se ha despertado con la hora en los pies y las manos heladas. Tiene que terminar el castillo y dejarse de tirarle la trenza al príncipe. Lleva demasiado tiempo encerrada  en aquella torre de marfil. Es hora de que salgan de la mano por las calles de aquella ciudad. Él llegará hoy como ayer y la semana pasada, le hará el amor y le volverá a decir que

¿Cuándo dejas de sentir?

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No te despiertas un día y dejas de querer a alguien o esa persona que tanto te importaba y por la cual has dado hasta lo que no tenías, deja de importante. Es un proceso lento y en ocasiones doloroso, en el que poco a poco vas notando como cada día que pasa resta. El amor no deja de sentirse una mañana, cuando al despertar te miras al espejo. No dejas de ver con los mismos ojos, un martes trece, o llega el uno de enero y todo acaba para empezar de nuevo. Ese amigo que tanto te ha dado llega un día en que te defrauda y es ahí, es ese momento, en ese instante, cuando se crea una pequeña grieta en tu interior, es entonces, cuando poco a poco, por mucho que te preocupes en mantenerla, se resquebraja lentamente. Recuerdo el principio de todo, cómo de un día para otro aquella amistad dejó de ser. Intenté por todos los medios mantener la ilusión, luché contra tus desplantes y esperé impaciente a que se te pasara esa manía por querer sacarme de tu vida. Lloré tantas noches,

"Contigo el mundo se hace trizas"

Como un huracán, una noche de tormenta, el solsticio de verano... Como millones de mariposas en el estómago... Como quererte sin hacer esfuerzo... Enamorarme con los ojos cerrados... Hacerte el amor de puntillas sobre las nubes... Dejar que el tiempo se haga trizas... Nada existe Nadie existe... Somos uno y el mundo ya, queda lejos... Merche

AL ROMPERSE...

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Cuando algo se rompe nos entra la imperiosa necesidad de pegarlo. Mi madre nunca quería pegar las cosas. No lo enendí jamás, pero era algo superior a sus fuerzas, así que cogía el jarrón, el muñeco de cerámica o lo que fuese (que seguramente habría roto mi hermano, porque sus manos de trapo son mundialmente conocidas en mi familia) y lo tiraba. Una vez se rompió por una corriente de aire que cruzó mi habitación, un adorno que llevaba años guardando celosamente en una de las barrocas estanterías de mi cuarto. Obviando la fuerza que llevaba a mi madre a tirarlo todo, indagué en el baúl de herramientas de mi padre, encontré un pegamento fuerte y reconstruí los pedazos. Aquello nunca fue lo mismo. Nunca lo vi de la misma manera, nunca conseguí sentir hacia mi recuerdo del pasado, lo que antes me suscitaba. Las marcas de aquella reconstrucción dibujaban un mapa que bien podía ser de carretera y terminó en la basura en una de esas limpiezas sin corazón que de vez en cuando me entraban.

Yo, seré tu red.

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Cuando se fue lo hizo sin nada, dejó todos sus libros a excepción de uno y metió en la maleta la ropa que más usaba. Entró en el taxi conteniendo la mueca de dolor e intentando controlar su respiración para que pareciese relajada y segura. Le apetecía fumar, eso siempre le pasaba cuando la situación se tornaba difícil y no se creía capaz de superarla. Encendía un cigarrillo, lo miraba unos segundos mientras dejaba que el humo le llenara los pulmones y el cuerpo se le relajaba. - Espere un momento, por favor. El taxista hizo un ademán por el espejo y ella salió del coche. Ambas se fundieron en un abrazo y el llanto le recorrió el alma pidiendo a gritos salir, esos abrazos solo se dan cuando el miedo te lo pide, cuando sabes que vas a caer y esperas que alguien te recoja. Se miraron por un instante y se volvieron a encontrar años atrás. Llevaban uniformes de colegio y esperaban en aquel patio del pozo a que llegaran de casa para recogerlas. Estaban de la mano, en un banco de

Un trato

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Lo esperaba cada mañana en aquel banco frío con vistas al mar. Daba igual el tiempo que llevaran viéndose, siempre se ponía nerviosa. Él llegaba con su aire de soberbia y elegancia. La miraba y le soltaba algún comentario lleno de ironía sobre alguna de esas personas que solían hablar de ellos y que les recriminaban por los pasillos con la mirada. Reían. Paseaban y buscaban los rincones más ocultos de la ciudad, la mayoría con vistas al Atlántico. Se escondían por evitar, no por miedo. Ella le mordía el labio, él le subía la camiseta en cualquier habitación que inventasen y siempre se encontraban las ganas, lloviese o no. Cuando se cruzaban y existía más gente, casi ni se saludaban, ella bajaba la mirada y le dedicaba una sonrisa, él subía rápido las escaleras con las manos llenas de libros y le rozaba con el hombro y todo parecía casualidad. Cuando todo se quedaba callado y la gente estaba inmersa en sus vidas, ella se escapaba y sorteaba a los pocos testigos de la tarde. É