Seguro que sabes de qué te hablo...

Su silencio era hermoso.

Lo conjugaba con miradas y alguna que otra leve sonrisa.

Era como el sabor del chocolate, dulce al principio, amargo en algunos ratos y te dejaba esa sensación de recuerdo permanente en la boca.

Si has tenido alguna vez el presentimiento de que las cosas iban a salirte bien, él era eso.  Ese bienestar de cuando terminas un examen y sabes que has aprobado. Ese baño en la playa que temes sea frío y algún dios parece haber puesto a la temperatura exacta para que te guste, esas gotas envueltas en sal que te dejan un resquicio de sed en los labios cuando sacas la cabeza del agua y la brisa te saluda.

Él era eso. El primer día del alumbrado de Navidad cuando tienes ocho años o una mañana de sábado con sol y olor a verano.

Era el paseo nocturno a la orilla del mar, la arena embadurnando los dedos de los pies y esa sensación de caminar ebria pisándola y tambaleándote en una noche de San Juan...

Era la chaqueta en las madrugadas de Septiembre, que abriga lo justo para quitarte el frío que empieza a despedir la estación de las tardes de sol y las noches de grillos y verbenas.

Seguro que sabes de qué te hablo.

Seguro que entiendes que su silencio era mucho más de lo que pueden decirte todas las palabras que yo te escriba.

Merche...

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