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Mostrando entradas de junio, 2013

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Fue en la ciudad que se corona en las madrugadas de verano con el aire fresco de su río. En alguna esquina, con algún balcón al que vuelven las oscuras golondrinas, en alguna calle en la que antaño, un poeta inspira a otro poeta a escribir el lugar donde habitará el olvido. Se besaron. Sin más. Bajo una luna que se tornaba llena y grande, en una noche empujada por un sol impaciente, que la obligaba a terminar antes de tiempo... El deseo, es al fin y al cabo, esa espina que se clava en el recuerdo y se enquista de por  vida si no se le da agua cuando tiene sed. Ambos, entre beso y beso reían. Él jugaba con sus labios y ella buscaba bajo su camiseta una ráfaga de aire puro. Igual que los dedos de un escritor, acarician un verso, sus bocas se rozaron. Casi era invisible que el asfalto fuera tierra de nadie, que pudiese algún caminante perdido, verles  entregarse de esa manera. Habían pasado años desde la primera vez que se conocieron, había pasado mucho tiempo, desde que se com

Encuentros.

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1 Tomaba lo mismo cada mañana, en la misma mesa y siempre en taza. Andrea era meticulosa y exigente con su día a día y prefería llamar rutina a lo que un médico llamaría manías. Siempre llevaba en el bolso un bolígrafo para hacer el crucigrama del periódico, que Roberto, el camarero, le guardaba cada mañanana. Entraba justo a las ocho y cuarenta y cinco, giraba la cabeza levemente y le dedicaba una sonrisa a los camareros de la barra, caminaba cada día con el mismo  paso, los tacones resonaban en el enlosado todavía desprovistos de papeles de azucarillos y servilletas. Se sentaba en la mesa del fondo, la que estaba justo debajo de una panorámica de Florencia en la que podía verse El Palacio Pitti y los maravillosos jardines de Bóboli. Pedía café con sacarina y bastante leche, una tostada y un vaso de agua "ligeramente frío". Aquella mañana rebuscaba una y otra vez en el polipiel de color beige. Había olvidado meter el bolígrafro al cambiar de bolso. Resoplaba una y otr

Trampas [borrador]

1 Allí estaban los dos, totalmente ebrios de vino aunque no solo embriagados de alcohol. Tirados en el rellano de la escalera reían sin tener un motivo aparente, ella soltaba sonoras carcajadas y él intentaba taparle torpemente la boca. El silencio de la madrugada les hacía de telón de fondo y sus voces eran orquestas desafinadas buscando algún hueco en el eco, para refugiarse. Ella llevaba su corbata atada en la muñeca y le faltaba un zapato. ¡eh! ¡tú! ¿Ha perdido Cenicienta un tacón de color rojo? Andrea soltó una risotada escandalosa y haciendo equilibrio para no caer desplomada, se tiró encima de él y le arrancó el 37 de plástico y polipiel. ¡No necesito un príncipe! Él la miró absorto y le sacó la lengua. Intentó sujetarla, mientras torpemente, se levantaba a la vez que se ponía el dichoso zapato, pero ella no se dejó. Puedo sola. Balbuceó y acto seguido el tobillo se le dobló y se dio de bruces contra el suelo. Las risas de ambos tuvieron q