La misma sensación...
Era la misma sensación que le embriagaba en las mañanas de enero cuando iba corriendo a coger el tren y el reloj se apresuraba a susurrarle que llegaba demasiado tarde. Era el mismo sentimiento de frío cortante cada vez que respiraba profundamente para que sus pulmones no la hicieran parar por agotamiento. Las piernas entumecidas por las bajas temperaturas se quejaban y se adherían al vaquero con crueldad, recordándole que el calor por el que se veían envueltas era solo una mentira. Empezaba a sudarle la nuca, el pelo se le ondulaba y la maleta con algún clásico español le golpeaba el costado. Era esa misma sensación. Ella sabía que por mucho que corriese y pasase el torno con el bono de transporte, las escaleras se le harían invencibles y existía una mínima posibilidad de que llegase a tiempo, pero siempre lo intentaba. Había mañanas en las que cruzando el puente escuchaba el pitido de las puertas del tren y se paraba en seco, echaba la cabeza hacia atrás y murmura