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Mostrando entradas de agosto, 2013

La misma sensación...

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Era la misma sensación que le embriagaba en las mañanas de enero cuando iba corriendo a coger el tren y el reloj se apresuraba a susurrarle que llegaba demasiado tarde. Era el mismo sentimiento de frío cortante cada vez que respiraba profundamente para que sus pulmones no la hicieran parar por agotamiento. Las piernas entumecidas por las bajas temperaturas se quejaban y se adherían al vaquero con crueldad, recordándole que el calor por el que se veían envueltas era solo una mentira. Empezaba a sudarle la nuca, el pelo se le ondulaba y la maleta con algún clásico español le golpeaba el costado. Era esa misma sensación. Ella sabía que por mucho que corriese y pasase el torno con el bono de transporte, las escaleras se le harían invencibles y existía una mínima posibilidad de que llegase a tiempo, pero siempre lo intentaba. Había mañanas en las que cruzando el puente escuchaba el pitido de las puertas del tren y se paraba en seco, echaba la cabeza hacia atrás y murmura

Me gustas

Me gustas. Me gustas de una manera que no imaginas, de una forma que ni yo, puedo creer. Me encanta tu forma de reír, la manera que tienes de enseñar levemente los dientes y la gravedad húmeda de tus labios. Me apasiona  la forma certera de tus manos en mis caderas y el compás de las caricias más buscadas. Soy adicta a tus ojos, a sus pupilas grandes, al iris de cada uno de ellos, a su color, que a la luz es más hermoso si cabe. Me gusta la forma que tienes de ver la vida, la tranquilidad con la que hablas y vives. Lo fugaz de tu pensamiento. Podría decir que me vuelves loca cuando hablas de libros, cuando escribes y tu mente se mancha de tinta... Me gustas, lo sabes, pero yo lo ignoro. No quiero saberlo y cierro los ojos fuerte y aprieto los labios y me muerdo las ganas. No puede ser que alguien como tú pueda llegar a gustarme. Eres impávido ante la guerra y yo ya he fusilado a medio batallón. No, no puedes ser tú, sereno ante mi oleaje fuerte ... (No hay más r

El Lunes.

Siempre estaba mirándole. Le encantaba, mientras conducía y su perfil se tornaba hermoso al contraste con las luces de la ciudad, si estaban besándose, si estaba dormido o simplemente si le hablaba de libros o de literatura, (entonces le miraba con mayor deseo). Le encantaban sus manos, sobre todo si estaban deslizándose por su vientre y esa manía de cerrar los ojos al reírse, le parecía adorable. Le encantaba que le leyese el periódico los viernes, mientras ella salía de la ducha y se embadurnaba en crema corporal con perfume a lirios. Las tardes de los jueves, café en mano y charlas sobre literatos que merecen un pedestal en el Olimpo, eran las que más le gustaban. Las películas malas que acaban en sexo del bueno y el mando en algún rincón del sofá, eran sus preferidas y si era sábado y abrían una botella de algún buen vino, todo se tornaba mejor. Prefería que se dejase barba, su piel no se lo agradecía, pero sentirle por su cuello en un hormigueo, merecía la pen

Encuentros II

Andrea había pedido lo de siempre, su amiga había cambiado de opinión dos veces pero se decidió por un tinto de verano. - ¿Estás segura? Andrea bajó la mirada y se perdió en su Coca Cola zero para seguidamente quedarse mirando los botones verdes del blusón de Alejandra. - Sabes que nunca lo estoy. Ni con esto ni con elegir un par de zapatos. Eran amigas desde hacía bastante, no desde la infancia, pero lo suficiente para saber que eran parte la una de la otra. - Pues creo que deberías pensarlo. Sabes que te apoyo, pero no creo que esté siendo contigo tan bueno como dices. Era cierto, Alejandra siempre había apoyado las decisiones de su compañera de fatigas y juergas, pero también era la que luego soportaba como se derrumbaba y le caían las lágrimas una tras otra. Por eso y por el mero hecho de no verla hundirse en una serie de complejos que veía absurdos, intentó que aquello fuera un consejo productivo. Andrea quitó el limón del vaso y vertió la bebida con s