Encuentros.

1
Tomaba lo mismo cada mañana, en la misma mesa y siempre en taza.
Andrea era meticulosa y exigente con su día a día y prefería llamar rutina a lo que un médico llamaría manías.
Siempre llevaba en el bolso un bolígrafo para hacer el crucigrama del periódico, que Roberto, el camarero, le guardaba cada mañanana.
Entraba justo a las ocho y cuarenta y cinco, giraba la cabeza levemente y le dedicaba una sonrisa a los camareros de la barra, caminaba cada día con el mismo  paso, los tacones resonaban en el enlosado todavía desprovistos de papeles de azucarillos y servilletas. Se sentaba en la mesa del fondo, la que estaba justo debajo de una panorámica de Florencia en la que podía verse El Palacio Pitti y los maravillosos jardines de Bóboli.
Pedía café con sacarina y bastante leche, una tostada y un vaso de agua "ligeramente frío".
Aquella mañana rebuscaba una y otra vez en el polipiel de color beige. Había olvidado meter el bolígrafro al cambiar de bolso.
Resoplaba una y otra vez y musitaba casi de manera inaudible mientras miraba el reloj y el crucigrama.
- "mierda, mierda, mierda"
Cuando ya iba a darse por vencida una mano desconocida puso sobre las hojas del periódico un bolígrafo negro con un detalle en plateado y letras del mismo color. "Colegio Público Luis de Góngora".
Andrea levantó la cabeza y se topó con unos ojos oscuros que la miraban divertidos.
Era un chico joven, moreno y alto, vestía chandal y desprendía un agradable olor a recién duchado. Sobre la mesa tenía una carpeta y tomaba un zumo de naranja natural.
- ¿No es lo que buscabas?
Se hizo el silencio.
- Si quieres puedes devolvérmelo y aquí no ha pasado nada.
Andrea reacciónó a tiempo.
- No, no... es que no esperaba que supieras qué buscaba.
-Si ya tienes el mismo desayuno de cada mañana y solo te queda por hacer ese crucigrama, que confieso, sería incapaz de hacerlo a la velocidad con que tú lo terminas, es obvio que te falta con qué empezarlo.
Andrea se sonrojó. Definitivamente si aquel extraño se había dado cuenta de su "rutina" igual no todo era tan normal.
-Gracias. Eres muy amable, pero entras en clase en diez minutos y por muchos que corra no llegaré a tiempo para devolvértelo.
Ahora fue él quién se quedó sorprendido.



2
Cada mañana hablaban sobre las mismas cosas. Cada mañana seguían desayunando lo mismo y llegaban a la misma hora a la cafetería, a las ocho y cuarenta y cinco.
Cada mañana Roberto preparaba un zumo de naranja natural para el profesor y el café, las tostadas y el vaso de agua "ligeramente frío" para la maniática chica de la mesa del fondo, la que enseñaba literatura en el instituto de la calle de atrás.
Lo que ya no era como cada mañana, era lo del crucigrama, Andrea había dejado de hacerlos desde que sus mañanas se tornaron llenas de debates y risas.
Siempre tenían de qué hablar, ella le contaba sus sueños, sus ganas de que aquel libro saliese publicado y sus miedos, ese temor a que ninguna editorial le hiciese caso.
Él le contaba las hazañas de sus alumnos para saltarse alguna clase en las mañanas de calor y aquellas peligrosas actividades en las que invertía su tiempo en los fines de semana.
- ¿De verdad que no tienes vértigo?
Jaime reía y meneaba la cabeza en señal de negación.
- Llevo un arné, voy totalmente equipado, no pasa nada.
-Yo no sería capaz de hacer eso que haces. Tanta montaña, tanto trepar y acampar por bosques llenos de bichos.
Andrea sufre un escalofrío y él vuelve a reír.
- Algún día te llevaré.
Ambos se quedaron en silencio. Nunca habían pensado en la posibilidad de verse fuera de aquel bar de barrio o quizás sí se habían imaginado y habían intentado ignorarlo.
A ella le encantaba la barba de tres días de Jaime, su olor cada mañana, su risa desmesurada y el misterio de su boca. Le encantaba la manera en que hablaba de sus alumnos, la dulzura con la que los defendía con un "son niños" y esa magia que desprendía su mirada cuando hablaba de soñar.
- ¿y si me da miedo?
Él volvió a mirarla.
- Conmigo no te pasará nada.

Merche.

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