...

Fue en la ciudad que se corona en las madrugadas de verano con el aire fresco de su río.
En alguna esquina, con algún balcón al que vuelven las oscuras golondrinas, en alguna calle en la que antaño, un poeta inspira a otro poeta a escribir el lugar donde habitará el olvido.

Se besaron. Sin más. Bajo una luna que se tornaba llena y grande, en una noche empujada por un sol impaciente, que la obligaba a terminar antes de tiempo...

El deseo, es al fin y al cabo, esa espina que se clava en el recuerdo y se enquista de por  vida si no se le da agua cuando tiene sed.

Ambos, entre beso y beso reían. Él jugaba con sus labios y ella buscaba bajo su camiseta una ráfaga de aire puro.

Igual que los dedos de un escritor, acarician un verso, sus bocas se rozaron. Casi era invisible que el asfalto fuera tierra de nadie, que pudiese algún caminante perdido, verles  entregarse de esa manera.

Habían pasado años desde la primera vez que se conocieron, había pasado mucho tiempo, desde que se comían con la mirada en algún lugar rodeado de botellas de ron del barato.

Nunca supieron qué fue lo que les llevó a encontrarse, pero sí reconocieron la sensación de ansiedad al mirarse a los ojos y bajar la cabeza para no herirse.
Las promesas se olvidan. El miedo se vence. El deseo nunca pierde.

- Algún día, escribiré sobre esto.
-Y yo estaré encantado de leerlo.

La noche apagó las luces de la vergüenza, el tabú de una mañana de resaca emocional, el temor a caer y arañarte el alma.

Las cosas pasan porque deben pasar. Los besos que no se dan y la piel que no se toca, se pierden en el remordimiento de ver pasar las horas y la vida, sin hacer lo que se quiere.

Los balcones se quedaron dormidos, de las golondrinas ya no quedaba nada y no hubo más horizonte, que unos ojos frente a frente.
El destino, si quiere, puede juntar dos bocas que parecían leyenda, en una rima, casi perfecta.

Merche...

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