Un trato


Lo esperaba cada mañana en aquel banco frío con vistas al mar. Daba igual el tiempo que llevaran viéndose, siempre se ponía nerviosa.

Él llegaba con su aire de soberbia y elegancia. La miraba y le soltaba algún comentario lleno de ironía sobre alguna de esas personas que solían hablar de ellos y que les recriminaban por los pasillos con la mirada. Reían.

Paseaban y buscaban los rincones más ocultos de la ciudad, la mayoría con vistas al Atlántico.
Se escondían por evitar, no por miedo.

Ella le mordía el labio, él le subía la camiseta en cualquier habitación que inventasen y siempre se encontraban las ganas, lloviese o no.
Cuando se cruzaban y existía más gente, casi ni se saludaban, ella bajaba la mirada y le dedicaba una sonrisa, él subía rápido las escaleras con las manos llenas de libros y le rozaba con el hombro y todo parecía casualidad.

Cuando todo se quedaba callado y la gente estaba inmersa en sus vidas, ella se escapaba y sorteaba a los pocos testigos de la tarde. Él la esperaba impaciente. Bajaban la persiana. Se amaban. El mundo no era más que un ciego sin bastón para guiarse.

Volvían juntos a casa, escuchando alguna canción en la radio, cruzando el peligro sin armadura, casi siempre hacía frío, y la calefacción empañaba los cristales de aquel coche negro.


Merche...

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