El Lunes.

Siempre estaba mirándole. Le encantaba, mientras conducía y su perfil se tornaba hermoso al contraste con las luces de la ciudad, si estaban besándose, si estaba dormido o simplemente si le hablaba de libros o de literatura, (entonces le miraba con mayor deseo).

Le encantaban sus manos, sobre todo si estaban deslizándose por su vientre y esa manía de cerrar los ojos al reírse, le parecía adorable.

Le encantaba que le leyese el periódico los viernes, mientras ella salía de la ducha y se embadurnaba en crema corporal con perfume a lirios.

Las tardes de los jueves, café en mano y charlas sobre literatos que merecen un pedestal en el Olimpo, eran las que más le gustaban.

Las películas malas que acaban en sexo del bueno y el mando en algún rincón del sofá, eran sus preferidas y si era sábado y abrían una botella de algún buen vino, todo se tornaba mejor.

Prefería que se dejase barba, su piel no se lo agradecía, pero sentirle por su cuello en un hormigueo, merecía la pena.

Los domingos en albornoz y en la cama, podían llegar a ser lo más divertido de la semana.
Ella se dedicaría a mirarle y él le echaría la reprimenda de siempre por hacerlo, entonces ella se pararía en seco por unos segundos y se tiraría sobre él para atraparlo entre sus piernas, seguramente él se dejaría vencer y acabarían haciéndose una vez más el amor.

Luego, llegaba el lunes, y volvían a ser dos desconocidos.

Merche…




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