La misma sensación...
Era la
misma sensación que le embriagaba en las mañanas de enero cuando iba corriendo
a coger el tren y el reloj se apresuraba a susurrarle que llegaba demasiado
tarde.
Era el
mismo sentimiento de frío cortante cada vez que respiraba profundamente para
que sus pulmones no la hicieran parar por agotamiento. Las piernas entumecidas
por las bajas temperaturas se quejaban y se adherían al vaquero con crueldad,
recordándole que el calor por el que se veían envueltas era solo una
mentira.
Empezaba
a sudarle la nuca, el pelo se le ondulaba y la maleta con algún clásico español
le golpeaba el costado.
Era esa
misma sensación.
Ella
sabía que por mucho que corriese y pasase el torno con el bono de transporte,
las escaleras se le harían invencibles y existía una mínima posibilidad de que
llegase a tiempo, pero siempre lo intentaba.
Había mañanas en las que cruzando el puente escuchaba el pitido de las puertas del tren y se paraba en seco, echaba la cabeza hacia atrás y murmuraba un casi inaudible “mierda”.
Otras
bajaba a trompicones los últimos escalones de la escalera mecánica y justo veía
irse el tren, se alejaba lentamente y ella soltaba el bolso en el suelo,
jadeando y con el costado dolorido por la inyección de velocidad que le había
dado a su cuerpo poco acostumbrado.
Pero
quedaban esas otras mañanas en las que
corría como si la llevase el viento, creía que iba a perder el aliento en el
arcén y por una milésima de segundo conseguía entrar en el tren.
A sus
espaldas la puerta se cerraba y el vagón la miraba con desdén. La calefacción
golpeaba su sudor y ella se quitaba el pañuelo que envolvía su cuello y la
chaqueta que le sobraba, para sentarse triunfal en el asiento de la ventanilla y apoyar las converses sin importarle que el revisor pasara y le llamase la atención.
Lo había conseguido, eran las ocho y seis de la mañana y ella podía abandonarse
a la música de su reproductor color verde manzana y disfrutar de los quince
minutos de trayecto.
Existen
esas veces en que consigues superarte a ti mismo y vencer por un momento al
tiempo.
No es
un cuento, que hay batallas que terminan en victoria y versos que se consiguen escribir
para ser leídos.
Era la
misma sensación, tenía miedo, tenía frío, podría ser enero e incluso perderlo
todo, pero siempre quedaba la mínima posibilidad de arriesgarse y llegar a tiempo.
Por eso
ella corría, aunque la garganta le doliese y las lágrimas le resbalasen por las
mejillas y le quemasen la cara a causa de la helada de esos días…
Merche
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