Y una vez más...
Lo que le gustaba de él no era otra cosa que la serenidad
con la que llevaba su vida.
Los principios a veces excesivamente rígidos que conformaban
su forma de ser. La manía de llevar esa apariencia de soberbio que luego se
difuminaba cuando estaban lo suficientemente cerca como para perderse en el
aliento del otro.
Admiraba la capacidad que tenía de ordenar en su desorden
los sentimientos y la extraña y perturbadora habilidad de hacerle cambiar de
opinión y llevarla a su terreno.
Nadie había ocupado su lugar, ni lo ocuparán a pesar de
intentar por ambas partes buscarle un sustituto al deseo.
Siempre tenía la palabra perfecta para ella, siempre
encontraba el resquicio por el que entrar y comerle terreno a cualquiera que
quisiera interponerse.
Andrea salió de su pensamiento para volver a la ponencia.
Se mordió el labio.
Lo imaginó desnudo en su cama, en aquel apartamento de pocos
metros, absortos del mundanal ruido y se sonrojó.
Se atusó el pelo intentando disimular el calor que le
recorría el cuerpo, se incorporó en el sillón y permaneció lo más concentrada
posible mientras recogía algunos apuntes en su libreta y luchaba por no pensar
en que aquella noche, dormirían juntos.
Merche
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