EL FINAL


 

Sabía que iba a ser la última vez que se vieran o al menos la última vez en que se miraran de esa forma, por eso ella estaba más seria aunque intentaba disimularlo y él más nervioso de lo que había estado nunca.

Se marchaba, y lo hacía demasiado lejos, con incontables kilómetros de agua salada, con al menos tres escalas de distintos aeropuertos extranjeros, en los que embarcar para encontrarse, de por medio. Un camino arduo y poco transitable una vez que se decidía desandar.

Andrea sostenía sobre sus manos el cuaderno, aquel amasijo de sentimientos que había estado escribiendo durante el tiempo que duró aquella luna de miel que por un momento pareció eterna.

Jaime recogía sus cosas con rapidez. Daba vueltas sobre sí mismo en el salón de aquel piso de pocos metros. Estaba nervioso y aturdido. Sabía que marcharse no era la solución, pero también que en el punto en el que estaba su vida, la cobardía ya se había adueñado de él.

-          ¿Has cogido el pasaporte y los billetes?

La voz de su amiga lo sacó de su propio bucle. Se atrevió a mirarla porque en el fondo quería retener en su memoria aquellos ojos. Era consciente de que no era una simple despedida, era el adiós definitivo a muchas cosas que le provocaron sentimientos dormidos. Era su risa por las mañanas, la complicidad de los cafés a media tarde, el sol de verano en un paseo por la playa.

Andrea era aire fresco, savia nueva, imaginación, tertulia sin reloj, pasillos de noviembre con sabor a solsticio de verano, era cordura, era templanza, era el miedo y la valentía en uno y la iba a perder.

-          Lo llevo todo.

-          Respira entonces.

Andrea sabía que no lo llevaba todo. Pero, se había cansado de repetirle que la vida es mucho más que miedo, que las piezas pueden encajar si quieres y que lo único que ocurre cuando te restan es que debes sumar por otro lado y no dividir porque pierdes.

El camino al aeropuerto fue en silencio. La emisora de música ocupaba el lugar libre de sus palabras, sonaba una canción con acordes alegres, pero ninguno de los dos sentía ganas de bailar.

El asfalto parecía el camino a la hoguera, ella quizás una Juana de Arco, él seguramente el verdugo sin saberlo. Las luces se dibujaban en los cristales en ráfagas multiformes y el calor de la calefacción encendida les reconfortaba el alma.

Cuando cruzaron la puerta del aeropuerto ambos sintieron ganas de llorar. Ella porque le había dado las armas para que pudiera destruirla, él porque con aquellas se había destruido a sí mismo.

A veces hacemos cosas sin meditarlo demasiado. Nos empeñamos en buscar una salida rápida y no somos capaces de llegar a darnos cuenta del error que cometemos.

No solo hay una salida, a veces puedes quedarte, el problema está en que apuras el camino sencillo en lugar de la lealtad.

Era la hora. La puerta de embarque se mostraba impávida e injusta.

-          Andrea…

-          ¿Sí?

-          Lo siento.

Andrea apretó los puños y bloqueo sus lagrimales.

-          No pasa nada, sé feliz.

 

No se abrazaron. Porque ella no quería abrazos, no podía soportar que él volviera a herirle, ni a jugar con su debilidad. Simplemente lo dejó ir, lo soltó de la mano imaginaria que sostenía sobre su pecho, le calmó la ansiedad con la mirada y justo antes de girarse sacó del bolso la libreta azul.

-          Guarda, quema o vende esto.

Jaime suspiró, echó la cabeza hacia atrás y no pudo reprimir las lágrimas.

-          Sabes que lo guardaré, pero no entiendo por qué me lo entregas todo. ¿No quieres guardar ninguno de nuestros recuerdos?

Andrea no podía contestar. La voz de la megafonía recordaba que el tiempo vuela…

-          Venga quédate con alguno. -Jaime le insistía- No quiero que lo borres todo, no quiero de verdad que hagas como que esto no ha existido.

-          No lo quiero. Andrea lo apartó con las manos.

Entonces él lo supo. Supo que ella había cerrado de un portazo. Supo que estaba allí porque siempre le prometió que lo acompañaría hasta el final, lo que no esperaba es que llegara tan pronto, ni que aquellos doliera tanto.

-          Hasta siempre Jaime.

El avión salió en hora. Despegó con la fuerza de un mal sueño. Y Andrea lloró mientras tras los cristales, la pista se quedaba vacía.

Salió del aeropuerto con las manos heladas, se atusó el pelo y buscó en el bolso el móvil. Se apresuró a buscar la parada de taxi, solo quería llegar al hotel y acostarse.

De pronto lo notó. Notó su presencia, su perfume, y un ligero olor a café. “No puede ser” pensó.

-          Café con leche, espuma y canela.

La voz de Gonzalo retumbó en el aparcamiento.

Andrea se giró. El corazón le latía apresuradamente.

-          No me lo puedo creer…

-          Bueno, es cierto, no tiene canela ni espuma, es de la máquina de ahí – señaló a su derecha- pero está caliente y supuse que tendrías frío.

Gonzalo era su paz, su locura, su música en el metro, sus ganas de empañar los cristales de vaho…

-          ¿Qué haces aquí?

Andrea no podía salir de su asombro. Lo miraba con la boca entreabierta. Sospechando sus intenciones.

-          Ya está hecho. No te tortures. No sabe lo que acaba de perder, pero créeme, lo sabrá.

Andrea soltó el bolso negro sobre la acera y le abrazó. Le abrazó por él y por Jaime. Aspiró profundamente su perfume. Un calambre conocido le recorrió el alma cuando él le rodeó la cintura.

-          Vamos anda, que hace frío. Volvamos al hotel.

Andrea lo miró dubitativa.

-          Cada uno a su habitación. Dijo un Jaime risueño.

-          Cada uno a su habitación. Repitió ella.

-          Esta tregua es muy dolorosa ¿eh?

Andrea se mordió el labio y agradeció a la vida que estuviera allí. Porque a veces nos empeñamos en ver en postales aquello que echamos de menos, pero el Coliseo solo se encuentra en Roma y lo bueno de aquello, es que aunque pasen los años, ahí sigue, indestructible.

 

Merche…

 

 

 

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